Paisajes Sorprendidos

La mirada felina de María García-Orea

Por Javier González de Vega y San Román
Crítico de arte y escritor
Asociación española y Asociación internacional de Críticos de Arte

Siempre me han emocionado más los paisajes pintados, o descritos, que los vistos.
Pienso que nuestra capacidad imaginativa va más allá que la pura fisiología y que la mente bien espoleada ve más que nuestros ojos.

El mismo lugar, pintado por un artista o por otro, nos produce sensaciones, ilusiones diferentes. Mir, Rusiñol, Sorolla, Martínez Cubells, Vila y Prades, por citar grandes paisajistas españoles, pueden mirar el mismo lugar, desde el mismo sitio, con la misma luz, y hacer cuadros absolutamente distintos… Por eso existen fieles coleccionistas de uno u otro.

Pero, actualmente, la aceleración de la vida, “el ruido y la prisa” contra los que ya nos prevenían los místicos del Siglo XVI, han estereotipado los modos de ver, de mirar, y, muchas veces los cuadros van tomando la calidad standard de magníficas “postales”.

He visto hace unos días sus últimos cuadros: Venecia, Deia, Busaco, Cantabria… y todos estos lugares conocidos me han parecido nuevos, como vistos tras una lluvia que hubiese dejado el aire de cristal.

Venecia, azul, húmeda, con una luz intuida que solo blanquea más los blancos, o suntuosa de rojo, ocres, amarillos, adormeciéndose en el crepúsculo. Mallorca, más montaña que mar, pero oliendo a brisa mediterránea que azulea el verde oscuro de los cipreses, o impone el acre olor de los geranios, Más Chopín que Anglada-Camarassa.

El encaje de los árboles sutiles, sobre el cielo de Cantabria, junto a las aguas, remanseadas, del río Deva, todo en esos grises luminosos que ya pintó en su día Gerardo de Alvear.

Lo primero que me sorprendió de la pintura de María García-Orea fue que era diferente…!! Venecia, Mallorca, tenían matices, emanaban un sutil perfume, diableaban con la luz, de un modo que me era desconocido.

Su técnica, de largas pinceladas, de color fluido y deslizante, de libertad apresurada en el toque, sorprendían un momento, irrepetible, que los felinos ojos de María descubrían como una pantera, que, desde las sombras, avanza con pisadas de terciopelo, hasta atrapar un destello, un tornasol solo hecho para sus ojos.

La artista, se enfrenta a la naturaleza, como Eva en el paraíso; no necesita enseñanzas teóricas ni librescas, le basta con la hiperestesia de su vista, su olfato y su tacto, para construir su mundo de belleza.

Y la saudade, la belleza dramática, del bosque y los estanques de Busaco, donde solo unas hojas que flotan, ponen una frontera entre la realidad y sueño, reflejado en ese “paraiso triste” que tanto amó Saint Exupery.

María García-Orea tiene ante sí una obligación moral: seguir recreando, cada día, ese mundo que todos olvidamos entre nuestras tantas preocupaciones y que es nuestra única esperanza de salvación.

¡Que Dios la siga llevando de la mano!