El color de tus palabras
Por Javier Morales Vallejo
Doctor en Historia del Arte
Subdirector Museo del Prado
Por Javier Morales Vallejo
Doctor en Historia del Arte
Subdirector Museo del Prado
María es una pintora que habla con el color y hace hablar a los colores. Es un torrente descriptivo, una locuacidad colorista que todo lo expresa y todo lo inunda porque todo lo ve y todo lo siente.
Es una pintora sentimental y apasionada con unos ojos privilegiados para captar la realidad y su punto de vista, y con unas manos de técnica pictórica personal sencillamente envidiable.
Porque no es lo mismo sentir que comunicar. El verdadero artista no es el que se emociona, sino el que sabe transmitir emocione;, evocando mundos personales en el espectador, dominando las técnicas de la pintura, siempre difíciles. Y esto es lo que hace María. Como toda gran pintora, su misterio y su secreto está en su cerebro y en su corazón. Por eso, su pintura, además de sorprender y gustar, resiste perfectamente el análisis crítico.
No sé nada de la formación artística de María. Ni si ha tenido profesor, si lo ha dejado pronto o si le ha hecho sufrir. No sé si ha meditado los nenúfares de Monet, si ha analizado la pintura impresionista o fauvista, o los últimos paisajes de Klimt. Pero su pintura revoluciona todos los recuerdos anteriores y el torrente juvenil y libre de sus paisajes avanza incontenible y desbordante de luz, de color, de vida personal represada en la retina y en el corazón. María resucita el aroma de una creatividad real por derecho propio. No es frecuente.
Pero no nos engañemos. Aquí hay una luchadora. Para dar forma a tanta luz mental, se adivinan horas de trabajo implacable hasta arrancar a la paleta los brillos insospechados de la emoción.
Y lo aparentemente fácil, revela a los ojos del experto toda la lucha tenaz que tiene la gimnasta para dibujar en el aire el salto grácil que vence a las fuerzas de la gravedad. ¡No todas lo consiguen!
Por eso, la pintura de María García Orea es fácil de ver pero complicada de analizar en su brillante resultado final. Porque aquí hay una personalidad pictórica desconcertante y compleja. Aparentemente sorprende una sensación de facilidad. Pero debajo hay una gran elaboración desde el punto de vista de la perspectiva, de los planos de color, del dibujo, de la atmósfera y la luz. Otra cosa es que ese privilegiado cerebro actúe con la rapidez y seguridad del pianista cuyos dedos parecen volar. Pero no todos consiguen levantar ese vuelo.
En María, los ejes fundamentales de la pintura se armonizan amarrándose unos a otros formando un conjunto logrado: dibujo, volumen, color. Sus paisajes son como poemas cerrados, completos.
¡Una gran pintora!
María es sobretodo paisajista. Incluso sus retratos son paisajes psicológicos. Los paisajes de la Naturaleza abierta o de la espesura intimista de sus jardines, son mirados por el espectador sorprendido. Pero el “Retrato de mi madre”, por ejemplo, presente en ésta Exposición, deslumbra por la capacidad de adentrarse en la espesura del paisaje psicológico y vital de la retratada, ante la que el espectador es mirado desde el retrato. Esta es la superioridad que muy pocos pintores poseen.
Y el color de éste retrato con sus cálidos tonos tierra valientes, y de brillos decididos, en contraste violento con azules fríos y vigorosos perfectamente encajados por un sabio arrastre de pintura en profundas veladuras que producen la armonía de la disonancia, muy difícil de conseguir técnicamente.
Estas son mis breves impresiones sobre ésta pintora, que lo único que necesita es seguir sin perderse a sí misma.
Dentro del amplio mundo de la creatividad contemporánea, llena de maniobras mediáticas y de falsos profetas, es gratificante encontrar a una pintora de técnica y estilo propio inconfundible como el de María. Una pintora que responde a unas emociones verídicas y comunica vida con brillantez inagotable.
Ver, sentir, comunica. Cerebro y sentimiento. Técnica y personalidad. Así de difícil, así de sencillo.
Javier Morales Vallejo
Doctor en Historia del Arte. Subdirector Museo del Prado